Cuento infantil «Sid, la semillita perdida»
Sesión I
Había una vez una manchita verde rodeada de un desierto marrón. Era un bosque muy pequeñito, pero lleno de vida, rodeado de tierra marrón hasta donde alcanzaba la vista.
Dentro del bosque vivían muchísimas plantas y muchos animales felices, y jugaban entre ellos todo el día sin tener que preocuparse por nada. Fuera del bosque, sin embargo, todo era tristeza y apenas había animales ni plantas; era un gran vacío, sin colores y sin vida.
Las plantas ayudaban a mantener el bosque vivo gracias a sus semillas, que hacían que el bosque fuera creciendo poco a poco. La lluvia y el sol eran los encargados de alimentar a las semillitas para que pudieran convertirse en plantas adultas.
Algunas semillitas más tímidas caían cerca de su madre y se quedaban allí a vivir. Sin embargo, las semillitas más aventureras pedían a sus amiguitos animales o al viento ayuda para irse a vivir a lugares nuevos. Eso sí, ni la semilla más aventurera estaba tan loca como para irse a vivir fuera del bosque, a las tierras tristes.
Un día, una semillita de árbol llamada Sid quiso acercarse al borde del bosque para ver con sus propios ojos las tierras que rodeaban su hogar, aquellas tierras sin vida de las que tanto le habían hablado. Cuando llegó al borde, lo que vio le entristeció el corazón.
De repente, una luz brillante en el cielo, y poco después un fuerte sonido que le atemorizó. Sid quiso volver a la seguridad del interior del bosque, pero comenzó a llover tanto que una riada se formó con tan mala suerte que a Sid en su camino encontró.
Sid fue arrastrado por el agua dando vueltas durante mucho tiempo, fue tanta el agua que tragó que su cuerpo se puso gordito. Cuando pensaba que no se podría salvar y se ahogaría, salió el sol y el agua dejó de correr.
Enseguida se dió cuenta que se encontraba muy lejos de su bosque y se puso tan triste que comenzó a llorar; estaba perdida y sola y nadie pudo consolarla. Todo lo que conocía, todos sus amigos, toda su felicidad había quedado muy lejos. Los únicos que seguían con ella eran el sol y la lluvia, pero eran muy calladitos y nunca tenían ganas de jugar con ella.
Un buen día, en el que el sol brillante calentaba el suelo, Sid comenzó a cambiar. De repente, comenzó a salirle una pequeña patita blanca que enterró en el suelo y luego un bracito verde hacia arriba. Pasaron los días y las únicas visitas que tenía Sid eran las del sol y la lluvia, que aunque no jugaban con ella, le ayudaron a convertirse en una planta pequeñita.
Una mariposa que pasaba cerca sintió interés por saber por qué una planta se había ido a vivir a un lugar tan triste. – ¿Por qué estás viviendo aquí?- preguntó la mariposa; -Porque me perdí y ya no puedo volver a mi hogar con mis amigos y mi familia- Sid comenzó a llorar al acordarse de su hogar – Estoy sola y me gustaría tener amigos, ¿te quieres quedar a vivir conmigo?- continuó nuestra amiga la semillita Sid. – Vivir las dos solas es muy aburrido, me voy a buscar un sitio con más amiguitos con los que disfrutar y reír- respondió la mariposa y se fue lejos batiendo sus alas.
Sesión II
Pasaron los meses y Sid siguió creciendo con la ayuda de los únicos amigos que aún conservaba; la lluvia y el sol.
Con los años, Sid creció hasta convertirse en un árbol fuerte y grande; tan grande que los pájaros que pasaban cerca querían ir a posarse en sus ramas. Algunos de ellos se quedaron a vivir con Sid y fabricaron sus nidos en sus ramas, donde criaban a sus pollitos.
Una ardilla también eligió un hueco en una de sus ramas para quedarse a vivir. En sus pies, un erizo eligió un hueco para hacer su casita, cosa que le gustaba mucho a Sid porque le hacía cosquillitas con las púas. Incluso la mariposa que la visitó cuando era pequeña se fue a vivir con Sid, y se hicieron muy buenas amigas.
Así poco a poco, más animales y otras semillitas, se fueron a vivir bajo la protección de las ramas de Sid. Nuestra pequeña semillita, que pasó sus primeros años de vida sola y triste, cada vez tenía más amigos y su vida era más feliz; tan feliz que llegó el día en que ya no le ponía triste recordar su antiguo hogar.
Con el paso de los años, Sid se dio cuenta de que su hogar ya no era el bosque en el que nació. Sid había creado, con la ayuda de sus amiguitos, un nuevo bosque donde todos podían vivir felices y alegres. Ya no había una sola mancha verde en medio del desierto marrón; ahora había dos manchas verdes y el mundo era un poco mejor.
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